domingo, 18 de abril de 2010

Escrito

La Ética y el Deseo del Acompañante:

R. Dalesio
ACOMPAÑANTE TERAPÉUTICO


Introducción:

El trabajo de acompañante no es el del analista, sin embargo lo realizamos desde el soporte teórico del psicoanálisis. Nos preguntamos por ciertas cuestiones técnico-teóricas que nos brinden una reflexión sobre la tarea. Partimos de una pregunta que insiste: ¿Qué hace que el acompañante soporte con su mirada y su cuerpo la ausencia de la falta que habita a algunos pacientes? Nuestra hipótesis de trabajo es que, lo que sostiene el trabajo del acompañante es un deseo...

Desarrollo:

Partiendo de la definición de Michel Silvestre el deseo del analista en los primeros tiempos de la enseñanza de Lacan “ está referida a una pura función significante. Si el analista asegura su posición en la localización del Otro y su función en la mecánica significante su neutralidad deviene de la misma del significante que solo produce su significación al ser confrontado con otro significante. El sujeto se deduce allí, simplemente con ser sustituido a esta producción de significación. El deseo del analista tiene como función conectar el objeto con la dialéctica del deseo”.
El deseo del analista, advertido de la imposibilidad del “paraíso” relanza, hace semblante del objeto a para que este pueda operar como causa de deseo. Pensamos al deseo del A. T como enlace del deseo del analista en su dimensión significante. El acompañante como “secretario” (¿del paciente o del analista?) Acompaña a que se sostenga el SSS con el objetivo de que pueda seguir siendo sostenido por el paciente. El analista enmarcado en la ética del psicoanálisis opera desde ese supuesto, sabe que hay pacientes que no cuentan con el tiempo suficiente para hacer alguna inscripción subjetiva y actúa en la urgencia frente al riesgo.
El acompañamiento, dentro de una dirección de la cura, marca la necesidad de una extensión, ya que el trabajo solo en el consultorio con estos pacientes no alcanza, la dimensión temporal es una variable determinante, se debe actuar en el “aquí y ahora” de la urgencia clínica. El analista también opera en la extensión de su saber con un dispositivo, un marco y un encuadre, propone un trabajo en equipo, hace portavoz de su deseo al A.T, y es por medio de esta insignia que lleva el A.T que se autoriza en la escena, hay un otro que lo valida, que autoriza la presencia (por ejemplo: muchas veces decimos “esto no lo digo yo sino que es una indicación de tu terapeuta”.
Lo que sostiene al acompañante es esta posición ética, el deseo y la función del analista le brinda el soporte necesario para enfrentar la cara más gozosa del síntoma presentificada en los pacientes. Sin la dirección del la cura entendida como la estrategia que guía el tratamiento sería imposible, -tal como dice Freud respecto del trabajo analítico- sostener para el acompañante la mirada fija del paciente por más de seis horas.
Creemos que en ésta apuesta que hace el analista al trabajar con acompañantes se barra a sí mismo, comparte la transferencia y es esta capacidad para descompletarse la que muchas veces es leída por el paciente como "cuidado”. Una paciente dice: “Se ocupa tanto de mí que las manda a Uds.” Hay otros pacientes que van a decir que con el equipo de AT tiene el objetivo de controlarlos, acá es uno de los momentos en que se pone en juego algo del deseo del AT, con distintas maniobras hace posible un lazo con el paciente, no es fácil soportar el rechazo de los pacientes hacia el tratamiento (a dejarse tratar).
Puntualizamos esto con relación a los pacientes con los que trabajamos, pacientes graves, entendiendo la gravedad desde el sentido lacaniano como arrasamiento subjetivo y por la presentificación de lo real del goce, pacientes actuadores, borders, adictos, en los cuales se evidencia la falla en la significación fálica, falta la falta, el cuerpo y la presencia del A. T marcan la barradura.
Ante esta ausencia de la falta muchas veces aparece el acting como llamado al Otro, según quien responda a este llamado se indicará una internación o propondrán un trabajo con acompañantes. El acompañante responde a este llamado al Otro pero no interpreta, pone en juego su deseo, deseo del acompañante como respuesta pero sin interpretación..
El A.T porta un saber hacer con esa falta, que también lo atraviesa a él mismo como sujeto, algo de esta tiene que mostrar para que el paciente pueda vérselas con la propia. ¿Modelo de identificación? Lugar no especular aunque la pregnancia de lo imaginario domina, se trataría de mostrar que a pesar de la falta se puede, no se necesita de la completud. Que el paciente pueda hacer una inscripción subjetiva de su propia falta, encontrar un lugar en el Otro. ¿Que hacer cuando en el paciente en su desubjetivización no aparece el deseo, o esta aplanado? ¿El AT, al ser convocado como auxiliar del yo, presta al modo de una prótesis su propio deseo?
Pensamos al AT como enlace del deseo del analista. Secretario, función de enlace entre paciente y analista, entre analista y familia, entre paciente y familiar. Deseo que sostiene estas desmultiplicaciones que atraviesa estos tratamientos. La función del AT es la de portavoz del que dirige el tratamiento, poner en juego ese saber, ¿y de que saber hablamos? Es el saber del que habla el deseo.Pensamos también esos casos en que la relación del acompañante con el paciente está interceptada por la dualidad imaginaria, tensión agresiva o vinculo amoroso, en ellos el A.T corre el riesgo de quedar capturado por la imagen del otro y no reconocer esta terceridad de la legalidad que establece el analista desde la dirección de la cura.(Ej. Un acompañante embelesado por la imagen del otro que se muestra sin falta, bello, poderoso, el paciente termina “escapándosele”, se va de su lugar de trabajo y llama al coordinador para decirle que tan ineficaz es su equipo). En estos casos el acompañante quedaría como “desenlazado” del deseo del analista.
Pero¿Cómo opera el deseo del acompañante? El AT cree en la eficacia de su intervención, que hace que soporte esa fragmentación, ese despojo del sujeto que convoca a ser asistido más allá del trabajo en el consultorio de quien dirige el tratamiento. ¿Cómo acompañar a ese sujeto, a que inscriba algo del orden del deseo? Deseo no pensado desde el lugar de la masificación, ese deseo mortífero, donde el sujeto es tomado por el puro goce del Otro. Nos referimos a ese deseo que se construye en el recorrido de su análisis.
¿Qué lugar ocupa el deseo del A.T en la subjetivización del paciente? El A.T cree en la eficacia de su deseo, apuesta a que el deseo del analista opere como semblante de a, y relance en forma dialéctica la búsqueda. El deseo del analista no es pura función significante sino como lo que liga al sujeto a su pasión, es decir el objeto. Tiene como función conectar al sujeto con la dialéctica de su deseo. No hay posibilidad de encuentro y de esto ya esta advertido. Lacan nos dice: “ Esto es lo que conviene recordar en el momento en que el analista se encuentra en posición de responder a quien le demanda la felicidad. La cuestión del Soberano Bien se plantea ancestralmente para el hombre, pero él, el analista sabe que esta cuestión es una cuestión cerrada. No solamente lo que se le demanda, el Soberano Bien, el no lo tiene, sin duda, sino que además sabe que no existe. Haber llevado a su termino un análisis no es mas que haber encontrado ese limite en el que se plantea toda la problemática del deseo”
El analista supone un saber en el sujeto, saber que este mismo desconoce. Y desde la función del A.T sostenemos con la palabra y la presencia y también esperamos a que surja un sujeto.
Es posible pensar al trabajo del acompañante como una invitación a reescribir la historia, como modo de reelaboración. En el encuentro diario se hace necesario para el paciente, de manera de sostener esta presencia intrusiva que es el acompañante, poner palabras, contar una y otra vez fragmentos de su historia lo cual produce un intento de ligadura. El acompañante se ofrece y registra muchas veces en un cuaderno los relatos del paciente, se trataría de otra repetición diferente al actuar que los caracteriza.
Tomando esto como referencia, reconocemos la cara más significante de la repetición que estaría del lado del automatón tomando los modos en que Lacan trabaja la repetición en el Seminario 11. Lo real está recubierto por una trama fantasmática y permanece tras el automatón, haciendo siempre de causa. Contempla el principio del placer tratando de inscribir, ubicando al sujeto entre dos significantes.“...en tanto la repetición nunca va a alcanzar el objeto primordial, lo intenta alcanzar pero nunca lo puede alcanzar porque nunca es el mismo, porque el sujeto está perdido, mientras tanto en las redes del significante”.
En otra cara de la repetición, cuando el sujeto no tiene una posibilidad fantasmática que pueda hacer freno a esta demanda pulsional de goce (plus de gozar) responde por otros medios que no son formas de respuesta vía el fantasma.
El fantasma es una respuesta que el sujeto se da a la pregunta enigmática por el deseo del Otro. Para poder darse una respuesta es necesario el pasaje por el deseo del Otro, haber podido darse una respuesta a lo que el Otro desea de uno. Al enigma del deseo del Otro. Al ¿qué me quiere? Para ello será condición que el goce no abrume, que deje intervalos. Presa del goce del Otro, no podrá formularse la pregunta por el deseo, y no podrá por ende formularse la frase singular fantasmática.
Pensamos que es necesario para el trabajo del acompañante el contar con herramientas teóricas que hacen de soporte, que permiten que este pueda sostener esas escenas donde lo real se presentifica sin velo, sin quedar tomado por un lugar especular frente a esta cara gozosa del síntoma. El acompañante esta advertido, cuenta con un sostén tanto desde la teoría como desde la supervisión que indica la dirección de la cura. Todo esto valida un saber hacer cuando el acompañante es convocado a ser resto.
“María abogada prestigiosa para la cual el Otro siempre era mencionado desde la falta, barraba a todos menos a ella misma. En un momento se enfrenta a una de las acompañantes descalificando, querellando, interpelando y poniendo en tela de juicio al tratamiento. Fue necesario una intervención del acompañante desde el saber hacer acerca de su trabajo, destacando que si bien ella sabia de juicios, demandas y querellas, nosotras sabíamos de la eficacia de nuestro trabajo. La cuestión en juego era ¿quién dirige el tratamiento?.
A modo de conclusión cabe destacar que el recorrido teórico que antes mencionamos se pone en juego desde un trabajo creativo, permeable, que le permita al acompañante entrar y salir de escena, encarnar personajes, prestarse a algunas escenas, y sobre todo poder reconocer que esto no es más que un “como si”. Un “ como si” que hace posible sostener el tratamiento. ¿Se trataría de acompañar post y pre- internación como espacio transicional entre el adentro y el afuera?
Sostenemos que el acompañamiento sirve para la externación, es un espacio alternativo que se ofrece en post de la no cronificación del paciente. Es una apuesta al paciente desde el saber hacer del A T. sostenido por el deseo de analista.

El trabajo desarrollado estuvo atravesado por algunas preguntas:¿hay deseo en el AT? Y si lo hubiera de ¿Qué deseo se habla, cuando se habla del deseo del At? ¿Cómo opera el deseo del AT?
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[1] Lacan, J_: El Seminario. “La ética del psicoanálisis”. Cap XXII. Pag. 357
[2] Umerez, Osvaldo en “Puntuaciones freudianas de Lacan acerca de Más allá del principio del placer”. De Cosentino y Rabinovich. Compiladores. Pág. 109.

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