jueves, 2 de abril de 2009

Escritos:

APOLOGÍA DE LA MARCA

Si algo recorre la totalidad de este texto, definitivamente eso es la alusión a las marcas . Pero no sólo como meros comentarios/señalamientos, sino como un posicionamiento y una apuesta a cierta estrategia de intervención. De hecho, al comienzo de cualquier escrito, solemos ubicarnos: mostrar cuáles son nuestras marcas, a partir de las cuales comienza nuestro discurso. Así, no es sin consecuencias el uso particular de las palabras, conceptos y expresiones, ya que cada uno de ellos delimitan aún más nuestro posicionamiento tanto teórico como coyuntural.

Proponemos un recorrido en etapas (este texto no representa la totalidad del camino a transitar), donde comenzando de una idea muy general –que por momentos pareciera diluirse– el lector pueda perderse gracias a los disparadores que abren nuevos senderos e indican intertextualidades…

Recordemos que somos "amasijos de instituciones ", que vivimos recorriendo esos "valles de pasiones " que nos moldean y cobijan. Del mismo modo tengamos en cuenta el doble juego de implicación: la institución-como-formadora y nosotros como- formadores-de-la-institución (en tanto le permitimos tomar forma). Así, ya sea con mayor o menor flexibilidad, transcurrimos transitando y siendo transitados por muchas instituciones que nos dejan marcas, algunas dulces, otras amargas, ya duraderas, ya efímeras... También podríamos aventurar en este punto, que se podría considerar como un índice de implicación la profundidad de la marca dejada por esa institución.

Ahora bien, si nos remitimos a la facticidad de los hechos, nos encontramos con que jamás estamos en contacto directo con la institución sino que lo hacemos a través de sus actores, quienes encarnan y dan cuerpo a esa estructura normativa.

De esto deducimos que desde el principio nos hallamos ante un interjuego de tres elementos: uno, el actor (o dos actores entre sí) y la institución como ley. ¿Es acaso necesaria esta trina reunión? Si no existiera el corpus organizativo, probablemente resultaría imposible el mutuo entendimiento de dos sujetos (de hecho, al hablar de un código en común que les permita conversar y 'entender' lo que se dicen, ya estaríamos en presencia de la institución de la lengua). Es más, es tal la implicación que tenemos con las instituciones modernas que sólo podemos pensar su inexistencia en potencial, planteándola como una abstracción de alto nivel, puesto que hemos sido formados en el interior de instituciones y pareciera ser que uno de los objetivos de una institución es su autoperpetuación –gracias a sus actores–. Un punto más a destacar en relación a las instituciones es su movimiento bipartito: simultáneamente restringe y habilita. Esta característica podemos extrapolarla igualmente a la ley en sí. Con esto estaríamos devolviendo a la ley una función esencial que generalmente parece quedar soslayada en la focalización del

"distribuir, separar, prohibir”. Si sólo de eso se tratara, habría perdido eficacia al poco tiempo de su propia instalación.

Hasta aquí podríamos encontrar en el recuento de nuestro viaje algunas palabras claves: marca, terceridad y actores. ¿Cómo ponerlas a jugar para que nos delineen un nuevo camino interesante para reflexionar? Atrevámonos a continuar el recorrido y señalemos el resorte de la TRANSFERENCIA.

Una primera aproximación sería preguntarnos si los actores deben instalar una marca de la terceridad o si deben sondear la existencia de ciertas marcas que permitan que la terceridad cobre eficacia. Considero personalmente que las opciones no son mutuamente excluyentes: la terceridad-institucional requiere como requisito de funcionalidad obrar sobre sujetos que posean ciertas marcas que ella toma como supuestos , en base a los cuales desarrolla sus líneas directrices de intervención (las que se adaptan luego al caso por caso). Una vez que se ha dado cuenta de esas marcas-mínimas-indispensables para el atravesamiento institucional, comenzará la tarea de la fragua de una nueva marca, que implique el paso por esa institución: 'hacer carne ' un recorrido, reconocer a esa terceridad como una autoridad, ejercida por sus actores (en su papel de representantes de la autoridad-institucional). Es más, si de marcas hablamos, aquellos supuestos básicos subyacentes en los que se sostiene la institución, hacen referencia a sus propias marcas, a aquellas improntas que dieron motivo a su formación, a su creación y al particular planteamiento de sus objetivos y sus reglamentaciones.

En tanto se nos presenta la Ley como un 'texto sin sujeto', surgen algunas consideraciones en relación al sentido de esta afirmación. Aparece la imagen de un enunciado sin enunciador (no muy alejado, por cierto, de la mayoría de las teorías lingüísticas que anteponen al acto del habla a un "sujeto ideal" y, en tanto ideal, inexistente); un texto surgido por 'generación espontánea', que se pretendería libre de influencias ideológicas, impoluto (al estilo del Decálogo del Sinaí), equitativo y justo. Si pensamos un momento en esto, caeremos en cuenta de que un discurso sin un sujeto que lo produzca imposibilita su discusión: al no haber interlocutor, termina siendo un texto-sordo, hablante pero incapaz de un feedback. Similar en este sentido a la conversación que se da en un momento de "Alicia en el país de las maravillas ", de Lewis Carroll, entre Alicia y el Gato de Cheshire: surge de la nada la boca del Gato y le habla a Alicia; la niña razona entonces que, antes de responderle, deberá esperar a que aparezcan las orejas, porque de lo contrario sería inútil. Metaforizamos: un texto con boca pero sin orejas.

Tomaremos, asimismo, una segunda posible acepción del 'texto sin sujeto ', a saber: que no habría un sujeto al que utilice como referente. Si bien constituye una lectura más complicada de la afirmación, no por ello debe ser descartada.

Llegaríamos nuevamente al planteamiento de un 'sujeto ideal' sobre el que se aplicarían los devenires de la Ley; corriendo de ese modo el doble riesgo de violentar las singularidades de los sujetos particulares y de tergiversar los hechos con el fin de amoldarlos a las categorías preestablecidas por el texto-regente.

Tampoco quedamos exentos, claro está, de los efectos de los eufemismos. En un escenario dispuesto de este modo, como Acompañantes Terapéuticos que desarrollamos nuestra labor en medio del escenario institucional, quedamos tensionados entre las tres figuras que señalábamos anteriormente: como marca de la institución (en tanto nuestra ubicación tiene cierta historia y a la vez pretende promover la instalación de cierto registro en el sujeto), como terceridad (desde la

perspectiva del sujeto, como alguien distinto al familiar y al psicólogo/psiquiatra; desde nuestra visión, insertos dentro del marco organizacional en el que las normas institucionales actúan como una terceridad-autoridad) y como actor (ya que tenemos una posición específica dentro del ordenamiento institucional y desde allí ejercemos nuestra función de agente). Sistema de fuerzas que no pueden componerse en una resultante: permanecen en un interjuego constante... Surge de ello el lugar del Acompañante Terapéutico como interpelador (in)dependiente.

Como vemos, no podemos desprendernos totalmente de la implicación institucional, pero eso no significa que no se pueda cuestionar su funcionamiento.

Para definir una posición más comprensible, podríamos usar la imagen de un asesor interno : asesor por cuanto brinda la idea de exterioridad, interno en tanto está incluido en el discurso institucional.

Debemos rescatar la singularidad del encuentro con el otro, permitiendo el surgimiento de un plus que exceda la sola reunión por obligación, entendiéndose ambos sujetos como necesariamente subordinados al imperio de la autoridad institucional, pero no por eso sometidos completamente a ella. Entiendo por esto, la búsqueda de la instalación de una marca que tiene como antecedente un

'desajuste ' de la organización de la autoridad. Por tanto, no reducir a un sujeto a los motivos/diagnóstico de un tratamiento/internación, sino considerarlo como un hecho complejo que requiere ciertas consideraciones particulares y a quien hay que habilitarlo para que habite la palabra...

Para finalizar, quisiera recordar la necesariedad del corrimiento del lugar de Sujeto Supuesto Poder, desde el que más que transferencia deberíamos hablar de sometimiento. Como sujetos sometidos a la ley de un tercero debemos propiciar la instauración de un espacio de escucha y de habilitación, que no focalice sobre un hecho sino que permita dar cuenta de una historia personal y compleja.

Seguramente para que esto así ocurra, debe haber invertido allí mismo mucho del deseo, enmascarado como apuesta al dispositivo y al otro.

Escrito por: Matías Daniel Bargas Ackermann (Acompañante Terapéutico)

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