sábado, 4 de julio de 2009

Opinión de un psicoanalista acerca de la Influenza H1 N1

EFECTOS SOCIALES Y SUBJETIVOS
La mirada freudiana del H1N1
En este artículo exclusivo para Ñ el psicoanalista mexicano Heli Morales subraya los efectos sociales y subjetivos detrás de la Gripe "A". La paranoia transitoria y el temor al otro son para este especialista los principales síntomas de la epidemia global.

Por: Heli Morales*

La crisis económica es global. Pero sus efectos tienen distintas características según la región. Las distintas regiones particularizan los efectos, las dimensiones y los modos de tramitarla, resolverla o padecerla. Además, hay tiempos complejos de su instauración. Tal es el caso de lo que ahora sucede en México. A la crisis mundial se suma violentamente una emergencia epidemiológica. En distintas ciudades se ha decretado cerco sanitario por la existencia de afectados y por la documentación de muertes por influenza H1N1. Esto puede pensarse desde posiciones médicas, políticas, sociales y económicas. Nos abocaremos aquí a una lectura puntual desde el psicoanálisis acentuando un aspecto de los muchos posibles y también fundamentales.Freud escribe un texto sobre el comportamiento de las masas espontáneas. El eclipse de la voluntad y valores individuales en la masa, se produce por la instauración de una experiencia hipnótica organizada a partir de la identificación entre sí de los individuos al colocar en el líder la función de su ideal del yo. En México, desde1985, sucede algo singular. Ante la falta de solidez y confianza en los gobernantes, se ha creado una figura que llamamos sociedad civil. Diversos sectores sociales se han organizado sin que el gobierno o los caudillos puedan coordinar sus acciones. Por dar un ejemplo de los muchos que hay, en el temblor del 85, la organización de los vecinos, de los ciudadanos, no dependió en absoluto de las autoridades. Lo interesante es que ante el vacío del líder se coloca un movimiento transitorio pero efectivo, el cual es cohesionado por y a través de la solidaridad ante el otro. Ante la crisis sanitaria que vivimos, la incidencia de la imposición por parte del ministerio de salud ha fracturado esta circunstancia. El temor se ha instaurado vía los decretos que prohíben la apertura de lugares públicos pero también por la insistencia del peligro que implica el otro. No hay que saludar de mano, ni de beso ni acercarse demasiado. El terror viene del otro. No cuestionamos si sanitariamente son las medidas correctas. Señalamos la inscripción del biopoder hasta la médula misma del vínculo social. Todo otro es peligroso como foco de infección. La paranoia que se vive se puede explicar por el origen mismo del lazo social. Para Freud, los sentimientos sociales se establecen por la inversión de una moción hostil por otra amorosa. Ante la llegada o existencia de un hermano, en un primer momento, la primera experiencia es de rechazo y odio pero, en un segundo momento, ante la imposibilidad de desaparición del otro por la mirada y cariño de los padres, esa moción se transforma en afectuosa vía la identificación con el antes odiado. La paranoia tiene el mismo mecanismo pero invertido: allí donde había una moción amorosa se transforma en odio y después en persecución. Parece ser que en estos momentos ante el señalamiento desde el lugar del Otro que cualquiera puede ser foco de infección, se ha generado una destrabazón de lo originario y se ha instaurado una "paranoia transitoria". El otro es un peligro, lo asegura el Otro. Tómese un solo ejemplo: el uso del barbijo. Lo que proponemos es que el tapabocas es un síntoma de esta crisis, es decir, la evidencia de que algo no anda bien. Este extraño artefacto tiene usualmente una función higiénica. El ejército mexicano y la policía federal, desde el sábado que se decreta el cerco, reparte tapabocas. Hay quien dice que los militares lo hacen desde el 68. Pero más allá de la ironía, este acto es muy significativo. Además el presidente de la república felicita al pueblo por su disciplina al usar esa pequeña tela sobre la cara y lo señala como el elemento que ha detenido la pandemia. La gente en la calle lo usa. Por todas partes hay ciudadanos tapados. Pero hay quien, sólo en su carro o encerrado en su casa, lo utiliza. Se ha difundido que es para protección de quien lo usa. Que con ello puede protegerse. ¿De quién? De otro como potencial foco de infección. Todos sabemos que barbijo se usa mucho más para proteger al otro. Pero el signo se ha invertido. Es evidente que nadie podrá protegerse con un pañuelo médico si el virus se contagia por contacto o por exposición directa. El tapabocas ha devenido el signo de protección ante el otro. No sólo como cobertura: ay de aquel que salga a la calle sin él pues los demás ciudadanos le increparán su acción como un modo de ponerlos en peligro. El Otro usa un elemento significante para propagar una verdad a medias que acaba exponiendo a todos contra todos. Planeando o no, el tapabocas deviene la insignia protección ante la otredad. Incluido uno mismo como otro ya que, si un día se usa uno de ellos y al otro día se lo reutiliza ante su escasez en el mercado, uno mismo puede infectarse por ese acto. El tapabocas se convierte en espejo: es el espejo donde se refleja una sociedad perseguida por ella misma ante la insistencia de los gobiernos, en tanto Otro, de la peligrosidad del otro. La consigna desde el Otro es clara: hay que protegerse de cualquier proximidad con el otro, humano demasiado humano. Todos sabemos que el barbijo no es la solución. Sabemos que este problema evidencia la pobreza de un pueblo, la torpe estrategia gubernamental que ha privilegiado una campaña mediática contra los narcos en vez de invertir parte de sus recursos en la salud pública y en la implementación de programas avanzados de investigación en el campo de la ciencia, la falta de confianza de la población en el decir y el hacer de sus gobernantes y, en fin, que esta epidemia no surge del ciudadano común. A cada quien de hacerse las hipótesis del origen y la expansión de este mal, pero a todos de responder desde otro lugar a la relación con ese otro que, a fin de cuentas, es aquel con quien cuentas. La crisis es mundial, sus efectos particulares regionales pero, como psicoanalista, me convocan principalmente su singularidad en cada uno de los sujetos. Tal vez se hubiese esperado que hablara sobre aquel ingeniero que no viene a sesión porque tiene que tomar transporte público o del muchacho homosexual que ha hablado mil veces de su horror a contagiarse de SIDA y ahora tiene una crisis de angustia ante la infección que baila en el aire; o de aquel colega que supervisa conmigo y aterrado ve como su paciente que desde hace años asiste a su diván, por el hecho de que tiene un resfriado, se aleja de su consultorio ante la visión de su nariz congestionada. Sí, allí está mi práctica pero también está en el señalamiento que, desde el psicoanálisis, puedo hacer del peligro que implica para cada sujeto, para la población, para los pueblos, de que, en estos momentos terribles, la segregación con sus múltiple rostros puede devenir el síntoma de los tiempos modernos. *Psicoanalista. Doctor en filosofía y ciencias sociales por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Participó del IV Congreso Internacional de Convergencia: "La experiencia del psicoanálisis. Lo sexual: inhibición, cuerpo, síntoma" en la Ciudad de Buenos Aires el 8, 9 Y 10 de mayo.
Fuente: Revista Ñ – Diario Clarín- 08-06-09

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